Olvidados, sin aliento,
van de espaldas a la vida,
con las sombras en los ojos
y la angustia reprimida.
Los oprime la injusticia,
los condena la avaricia,
y en la rueda del descaro
se desangra su caricia.
En las calles, los desvelos
se confunden con la brisa,
mientras juegan los tiranos
con promesas sin salida.
Van soñando con un día
donde el pan no sea una herida,
donde el llanto de sus niños
sea un canto de alegría.
Los que mandan no los miran,
solo cifras, solo cuentas,
y en discursos adornados
se olvidaron de sus penas.
Pero el fuego no se apaga,
la verdad no se silencia,
y los pasos de los pobres
serán gritos de conciencia.
Porque un pueblo que despierta
no se dobla, no se quiebra,
y la lucha de los justos
siempre encuentra su respuesta.