Cuando el invierno abraza con su hielo,
y el mundo entero viste blanca calma,
mi madre alumbra el cielo de mi alma,
con un amor que nunca alza el vuelo.
Sus manos son refugio y terciopelo,
su risa, la que a todo mal desarma.
En su regazo halla mi ser la palma,
su voz, mi faro firme en el desvelo.
En Navidad, su luz se multiplica,
y en su mirar la estrella ya no es una.
Todo en su ser el gozo santifica.
Madre, mi guía, madre, mi fortuna,
en esta noche santa y tan bendita,
mi corazón tu amor por siempre acuna.