Vicente Núñez Casado

Inmortalidad

Te amé tanto que, un día, abandonó mi alma
 
la cárcel de su cuerpo. Errátil, y no hallándote,
 
regresó a la morada que yo daba por mía.
 
Mas no estaba mi cuerpo donde allí lo dejara,
 
sino el tuyo, vastísimo, como un templo de oro.
 
Y no le diste asilo. Y ya no tendré muerte.
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