Amanece lloviendo. Bien peinada
la mañana chorrea el pelo fino.
Melancolía está amarrada;
y en mal asfaltado oxidente de muebles indúes,
vira, se asienta apenas el destino.
Cielos de puna descorazonada
por gran amor, los cielos de platino, torvos
de imposible.
Rumia la majada y se subraya
de un relincho andino.
Me acuerdo de mí mismo. Pero bastan
las astas del viento, los timones quietos hasta
hacerse uno,
y el grillo del tedio y el jiboso codo inquebrantable
basta la mañana de libres crinejas
de brea preciosa, serrana,
cuando salgo y busco las once
y no son más que las doce deshoras.