CARCAJADAS
No soy la promesa de los que madrugan
ni la verdad celebrada los domingos.
No soy pared, seda, amor azotado
por las inyecciones del hastío,
amparo sano, mano tibia,
mecha moribunda.
Las fiestas me molestan
si cumplen con los guiones
de dramaturgos serios.
Detesto las playas
si enmudecen la danza
del oleaje
en cualquier partitura muerta.
No soy un pie sin polvo
ni una chica de buenas formas,
más bien me gustan tanto los polvos
como las formas de las sábanas
en los pies de las bestias.
No soy lágrimas en té de tilo.
Tampoco, amaneceres flotando
en el pavor de los que no odian.
Los relámpagos me aturden
cuando pactan con el olor de los cuerpos
secándose al sol.
No soy luz en los corazones de los buenos
ni arte en la solemnidad de los pájaros.
No soy globo de aire, espíritu, estrofa atada al martirio,
hueso disfrazado de corbata, ápice de tiempo,
certeza, alma pura, memoria prístina.
No concilio como obispo,
mejor elijo pelear.
Intratable,
revulsiva,
perversa...
No soy
ni me descubro un carajo:
mi vida es una colección
de pieles que me visten,
inclasificable;
un cúmulo de ojos
sedientos
por lo invisible,
sedientos
por la palabra táctil.
Y algunas atrocidades me susurran la voz
de un monstruo en cada dedo.
Y no soy la calma que antecede,
siempre preferí el huracán.
Y cada poema
enseguida
desnombra.
Hay palabras que se parecen demasiado
a las carcajadas súbitas del diablo.
