El rumor de las máquinas crecía
en la sala contigua: ya mi espera
de un adjetivo –o de tu cuerpo– no era
más que un intento de acortar el día.
La noche que llegaba y precedía
el viento del desierto, la certera
luz –o tus pies desnudos en la estera–
del ocaso, su tiempo suspendía.
No recuerdo el amor sino el deseo:
no la falta de fe, sino la esfera–
imagen confrontando su espejeo
con la textura blanca, verdadera
página –o tu cuerpo que aún releo–;
vasto ideograma de la primavera.