Sevein

Intimidades

Son las tres en una tarde lluviosa de invierno en la que la luz pasa a duras penas a través de las cortinas tupidas que visten esa habitación adusta y fría que, sin embargo, tiene las paredes revestidas de ardor y pasión; historias escondidas y aisladas del mundo exterior que quedan allí adormecidas esperando cobrar vida de nuevo el tercer martes de cada mes.
Fuera de ella nada es importante. Dentro, solo ellos en la penumbra, se quitaron los zapatos para andar entre las brasas, la piel para estrecharse amándose hasta desgastar sus cuerpos en un charco de sudor entre las sábanas revueltas. La frialdad de la habitación desaparece dando paso a los excitación que les precede y que remueven las entrañas, a la humedad que inunda la estancia y a esa sofocante sensación que se palpa en el aire.
Es la exaltación que surge de dos cuerpos sedientos, ansiosos y ávidos de destruir distancias, de olvidar por unas horas sin tiempo las inevitables ausencias. De traspasar fronteras e ignorar huellas del día a día, de obviar ese “fuera” rutinario y opresivo que ahoga.
Hablan sin palabras, sienten el calor de su cariño saliendo a borbotones de sus almas y ríen hechizados buscándose en esa complicidad tan deseada que les empuja con la fuerza de un orgasmo compartido. Se devoran intentando mantener un trozo de cada cual después de esos momentos y los cuerpos se contraen una y otra vez dibujando sobre el pecho enrojecido el deseo. Buscan sus labios carnosos e indagan en sus bocas entrelazando lenguas que serpentean y se derriten en saliva caliente.
Las manos juegan sin parar apretando, aprisionando, oprimiendo pedazos de piel hasta sentir cómo se resquebraja en pequeños alaridos ahogados que persiguen una y otra vez el pentagrama de placeres esbozado con fuego.
Sacian su propia necesidad con la satisfacción del otro, inquiriendo el placer hasta agotarse y caer deliciosamente derrotados en medio de las vertiginosas oleadas del deseo contenido durante tantos días en los que tan sólo sueñan y añoran la sensación de emociones compartidas.
Saben que es un tiempo limitado, dónde hay sexo que, a veces es mucho más, mucho más que un orgasmo usual con aroma dulce y sabor a sal. Saben que hay un día  diferente, sin rutina, en el que los susurros invaden el entorno y los sentimientos afloran sin disimulos. Entienden que al caer la tarde, esa ventana escondida tras las cortinas se abrirá dejando paso de nuevo a la austeridad de la estancia y regresaren a nuestra vida rutinaria en la que formaren parte de una “nada” acompañada a la espera del próximo tercer martes del mes.

                                                                                 Nive

(2010)

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