Sandra Chapado García

SEXTA PARANOIA

Iba alegremente con mi bici por el paseo fluvial, cuando de repente mi mirada conectó con la de un señor antifa. Llevaba un gorro puesto y una cazadora básica creo que azul. Iba en paz, sonriente, feliz. Su mirada transmitía emociones muy bellas. Aquellos ojos estaban llenos de tranquilidad y de amor. Y buscaba que yo también los sintiera. Y los sentí. Le devolví la sonrisa y seguí para adelante. Pero justo detrás de ese cielo de hombre, venía un infierno en forma de facha envidioso que se empezó a reír maliciosamente de nosotros. Pasé de sentir una paz inmensa a un odio y rabia profundos. Continué mi camino ignorando la actitud malvada de aquel facha odioso, pero cambié de opinión y decidí darme la vuelta e ir a por él... iba dispuesta a plantarle cara y a pedirle explicaciones por lo que había hecho. Corrí veloz con mi bicicleta en su busca. Me poseía una gran ira y enfado. Mis ojos estaban inyectados en odio. Tenía ganas de atropellarle, de llevármelo por delante, pero pensé las consecuencias que me podía acarrear ese acto y me reprimí. Cuando le encontré, le asalté y le dije que era un facha de mierda, que por qué se había reído de aquel hombre y de mí, que no tenía educación, que no se podía ir riendo así de la gente, que había que ser muy cateto para defender las ideas que defendía... me dijo que a él el fascismo no le iba y que estaba mal de la cabeza por decir aquello, que lo único bueno que tenía era mi cuerpo (estaba bastante buena por entonces). También me amenazó con llamar a sus amigos y yo en tono vacilón le animé a que lo hiciera y así nos tomábamos unas birras juntos. Dos rojos que pasaban por allí estaban escuchando atentamente toda la conversación. Uno de ellos pasó de largo, no quería problemas. Pero otro se quedó mirando todo el tiempo sin decir nada... tendría unos 66 años y un rollo muy guay... iba fumando con calma, se alegraba de que estuviera poniendo en su sitio a aquel facha. De vez en cuando, se oía de fondo algún sonido de aprobación o alguna risa por su parte. El facha pensaba que se estaba riendo con él y de que lo estaba apoyando a él. No cayó en la cuenta el muy imbécil de que aquel hombre era uno de los míos. De repente, por no sé qué cosa que dije el facha se empezó a reír de mí y yo le contesté con una risa aún mayor como de loca poseída sin perder mi tono irónico. Le callé al instante. Le seguí un poco más... me estaba gustando tocarle los cojones, era divertido ver cómo aquel facha se apocaba por momentos, le estaba haciendo picadillo... y entonces empezó a llorar el muy maricón de él y me dijo que me iba a denunciar ahora mismo, que le estaba acosando. Yo le confirmé que sí, que le estaba acosando, pero por haber hecho lo que había hecho y que así se le quitarían las ganas de volver a reírse de la gente. En esto pasó una pareja de fachas de chico y chica de unos 30 años. El tío se empezó a reír por lo que iba diciendo al facha. Llevaba un abrigo largo beis típico de fachas. Su risa burlona me hizo sentir un asco muy profundo hacia él. Le hice burla con la cara. La chica me echó una mirada agresiva, pero yo la ignoré. Seguimos un poco más para adelante y el facha se alejó de mí, se cambió a la otra acera. Iba dispuesto a denunciarme a comisaría, pero no creo que le hicieran mucho caso porque a mí no me llegó ninguna denuncia. De repente, veo a una pareja de chico y chica. El chico se me queda mirando... no sé que pensaría de mí ni tampoco me importó. No le dije nada porque no supe descifrar si era facha o rojo, sino alguna le hubiera caído para bien o para mal. Yo seguí mi camino montada en mi bicicleta. No volví a saber nada más de aquel facha veinteañero.

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