El misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.
De alto balcón apostrofóme a tino;
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como con una estrella...
¡Oh qué timbre de voz trémulo y fino!
¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y fue conmigo a responder a un reto!
¡Aventura feliz! –La rememoro
con inútil afán; y en un soneto
monto un suspiro como perla de oro.