Blancas y finas, y en el manto apenas
visibles, y con aire de azucenas,
las manos –que no rompen mis cadenas.
Azules y con oro enarenados,
como las noches limpias de nublados,
los ojos - que contemplan mis pecados.
Como albo pecho de paloma el cuello;
y como crin de sol barba y cabello;
y como plata el pie descalzo y bello.
Dulce y triste la faz; la veste zarca...
Asi, del mal sobre la inmensa charca,
Jesús vino a mi unción, como a la barca.
Y abrillantó a mi espíritu la cumbre
con fugaz cuanto rica certidumbre,
como con tintas de refleja lumbre.
Y suele retornar; y me reintegra
la fe que salva y la ilusión que alegra;-
y un relámpago enciende mi alma negra.