Ha llegado el olor, el filo
de su dental caricia; la preciosa
amarga flor nocturna: madre nuestra,
collar que junta nuestros cuellos.
Y voy corno embriagado, como en dicha;
como herido me llevan; como sueño
póstumo al despertar, como si hubiera
bebido hasta embriagarme, estoy viviendo.
Como en vino saciado.
¿Dónde el agobio, dónde la pobreza?
Era, de pronto, levantarse
descalzo y con temor, y a media noche,
y a recorrer la casa despoblada
—yo mismo el enemigo—, con la inútil
esperanza de que fuera sólo
un paso de ladrón el escuchado.
Mujer salobre y única,
desnuda irresistiblemente,
que camina, simplísima y desnuda
debajo de sus ropas, madurando
la cosecha de aceites y de humo.
Único día de la vida.
Como en halo de lámpara,
como en regazo tuyo, como en tibio
paladar, sujetado, me someto;
librado a la fortuna, reconquisto
mis brazos y mis deudas, y levanto
mi victoria terrestre.
Yo te regalo ahora
lo que me liga a ti; yo me pregunto,
en medio, qué seguimos; qué pretende
tu corazón.
Acaso yo te miro
en verdad; acaso donde el siempre
y el nunca vuelven comprensibles
la granada y el orden de las uvas
y el gregario esplendor de la mazorca,
y la miel colectiva.
No sin trabajo y guerra me divido
por dentro, y tú me asilas y reúnes
debajo de tu brazo. Y no es en vano.