Rubén Bonifaz Nuño

Están cantando adentro...

Están cantando adentro;
hay cantares ahora en esta casa.
Entonces, fue verdad. Tengo la llave,
pero toco en la puerta
como cuando era el nadie que llegaba:
el sin cara y en busca,
el recién despertado, el todavía
dormido a medias, estirándose
en rodillas torpes levantado.
 
La enmascarada esconde sus cabellos
con diadema florida,
su boca instrumental oculta
con labios lentos; enjaulados
vuelan los pájaros de la mirada.
 
Es hora, pues, de fiesta;
de aceptar que son breves las raíces
bajo la tierra del encuentro,
y, como en cartas familiares,
las felices noticias, los retratos
últimos, la promesa
del no tangible abrazo al despedirse.
 
Todo venía de camino, y viene
y desata la almendra en que se anudan
el rumbo del aroma y el del trigo
y el vino y el carbón enllamarado.
 
Y hay cantares aquí, y he merecido
tomar mi parte en el cantar.
 
                                              Amigos,
 
¿qué podemos perder con alegrarnos?
 
Lengua de agujas, y costumbre
de espinas soportamos, y cilicios.
 
Si estamos de pasada,
si nada más nos saludamos,
si habré de irme aunque no quiero.
 
Mi lámpara casual para escogerme
yo mismo, se me dio; con la esperanza
fugaz, y el calentado aceite
del cerco de esta noche en donde invento
mi jerarquía diurna de palabras.
 
Me aconsejo, me advierto, me amenazo;
soy pues, aquí, yo mismo.
 
Y otro será el que salga, y no me importa,
por el zaguán de madrugada,
y cogerá los cantos que sembramos.
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