¡Qué egoísta es tu alma, qué egoísta y qué fría!
Nunca, nunca ha sentido la emoción de la mía,
ni ha escrutado siquiera mis pupilas arcanas.
te ha bastado el orgullo de llamarme mi dueño
y jamás intentaste penetrar de mi sueño
las sombras lejanas…
¡Qué banal me pareces, cuando clavas los ojos
con sensuales antojos,
en mi boca, que tiembla, presintiendo el suspiro!
pero tú no comprendes
ni entiendes
esta angustia que siento cada vez que te miro.
¡Ay, por qué habré bajado
hasta el fondo secreto de tu pecho cerrado!
Eres falso y voluble, vanidoso y ligero.
¡Qué egoísta es tu alma, qué egoísta y qué fría!
En voz alta, la mía,
Siente a veces impulso de gritarte: ¡extranjero!