Regino E. Boti

Lábaro negro

Mientras que en silencio con ardor te miraba
y entornando los ojos de placer sonreías,
mentalmente de todos tus espamos gozaba
bajo la borrachera de mis melancolías.
 
Te hablé de los misterios sensuales de la alcoba
provocándote luchas voluptuosas y ardientes,
y sumida en tu breve mecedor de caoba
se agitaban las carnes de tus muslos potentes.
 
Ahuyentando la fiebre de alevoso deseo
con el romo abanico de yarey te besabas,
y a una impura promesa de mis cuitas de ateo
asintiendo gozosa presta te abanicabas.
 
Asaltóme el deseo del Placer daga en mano
y enhebró mis quimeras a su daga gloriosa:
“Yo era un pobre devoto de tus carnes de diosa
y adoraba en tu cuello por lo niveo y pagano;
pero al ver tu melena que es bruna y milagrosa
sentí nacer mi vieja satiriasis de fauno.
 
Y aunque te poseía con todos mis sentidos,
el perfume acre, indistinto, de tu cabellera,
dio forma a mis cantares orgiásticos perdidos
de mi tortuosa vida en la infausta ribera.
 
Yo me sentí en los bosques cuajados de magnolias,
libre como una flecha con mi alma de fauno,
sobre el oliente lecho de las marchitas folias
rituando el amor contigo en el rito pagano.
 
Tendidos y enlazados sin admirar el cielo
aun cuando era azúreo y limpio como nunca;
tú, buscando el nepente de algún lejano duelo;
yo, envuelto de tus bucles en la endrina espelunca.
 
Opreso entre sus hebras de azabache insonoro,
cogido entre sus redes de ébano crujiente,
con el dominio amante del flotador tesoro
que hace de tu testa una noche esplendente.
 
Después me estremecía de dolor aspirando
los carnales efluvios de tu nocturna cauda,
y el opio del deleite me iba anestesiando
y el vino me ofrecía su dulcedumbre rauda.
 
Mas soñé que tu mata de pelo era un paño
mortuorio. Y que probaba el conticinio postrero
al beberme el aroma del vital aledaño
de tu nuca y tus crenchas, de negrores venero.
 
Y al conjurarme Marte para probar la guerra
cogí el lábaro negro de tu cauda flotante,
y como un dios maldito que a la ventura yerra
por doquier se imponía mi brazo amenazante... ”
 
Te hablaba aun de las dichas que nos guarda la alcoba
provocándole luchas y divinos sonrojos:
me acerqué hasta tu breve mecedor de caoba
y te besé con fuego los entornados ojos.
 
Abstraído y convulso con ardor te miraba;
saboreando mis besos, de placer sonreías;
mentalmente de todos tus espasmos gozaba
bajo la borrachera de mis melancolías.
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