Duerme el Callao. Ronco son
hace del mar la resaca,
y en la sombra se destaca
del real Felipe el Torreón.
En él está de facción,
porque alejarle quisieron,
un negro de los que fueron
con San Martín, de los grandes,
que en la pampa y en los Andes
batallaron y vencieron.
Por la pequeña azotea
Falucho, erguido y gentil,
echado al hombro el fusil,
lentamente se pasea;
piensa en la patria, en la aldea
donde dejó el hijo amado,
donde, en su hogar desolado,
triste le aguarda la esposa,
y en Buenos Aires, la hermosa,
que es su pasión de soldado.
Llega del fuerte a su oído,
rumor de voces no usadas,
de bayonetas y espadas
agudo y áspero ruido;
Un “¡Viva España!” seguido
de un otro ¡Viva Fernando!
y está Falucho dudando
si dan los gritos que escucha
sus compañeros de lucha,
o si está loco o soñando.
Desde los Andes, el día,
que ciñe en rosas la frente,
abierta el ala luciente
hacia los mares caía,
cuando Falucho, que ansía
dar un viva a su manera,
como protesta altanera
contra menguadas traiciones,
izó nervioso, a tirones,
la azul y blanca bandera.
—"¡Por mi cuenta te despliego—
dijo airado—, y de esta suerte,
si a tus pies está la muerte,
a tu sombra muera luego!—.
Nació el sol: besos de fuego
dióla en rayas de carmín,
Rodó el mar desde el confín
un instante estremecido,
y en la torre quedó erguido
el negro de San Martín.
No bien así desplegados
nuestros colores lucían,
por la escalera subían
de tropel los sublevados.
Ven a Falucho, y airados
hacia él se precipitan:
—¡Baja ese trapo! —le gritan
¡y nuestra enseña enarbola!...—
¡Y es la bandera española
la que los criollos agitan!
Dobló Falucho, entretanto
la oscura faz sin sonrojos,
y ante aquel crimen, sus ojos
se humedecieron de llanto.
Vencido al punto el quebranto,
con fiero arranque exclamó:
—¿Enarbolar ésa yo,
cuando está aquélla en su puesto!...—
Y un juramento era el gesto
con que el negro dijo: —¡No!—.
Con un acento glacial
en que la muerte predicen:
—¡Presenta el arma! –le dicen–
al estandarte real—.
Rotos por la orden fatal
de la obediencia los lazos,
alzó el fusil en sus brazos
con un rugido de fiera,
y contra el asta—bandera
lo hizo de un golpe pedazos.
Ante la audacia insolente
de esa acción inesperada,
la infame turba excitada,
gritó: —¡Muera el insurgente!—.
Y asestados al valiente
cuatro fusiles brillaron:
—¡Ríndete al Rey! —le intimaron,
mas como el negro exclamó:
—¡Viva la Patria y no yo!—,
los cuatro tiros sonaron.
Uno, el más vil, corre y baja
el estandarte sagrado,
que cayó sobre el soldado
como gloriosa mortaja.
Alegres dianas la caja
de los traidores batía,
El Pacífico gemía
melancólico y desierto,
y en la bandera del muerto
nuestro sol resplandecía.