¡Nunca! No lo diré. Más si lo digo,
no culpéis a mi lengua, sí al tormento
que irresponsabiliza al pensamiento
que descuaja al dolor el enemigo.
Si un silencio de muerte irá conmigo,
mudo en mi sangre hasta el fallecimiento,
no culpéis a mi voz, sí al rompimiento
de unas venas, sin cauce ya ni abrigo.
Ni al delirio que ignora lo que explica,
ni al secreto expropiado a la locura,
ni a la desvariada confidencia
la pena capital los justifica.
¡No lo diré! Mas la mayor tortura
será siempre este estado de conciencia.