«Pasado el primer melancólico invierno, ya contemplando Madrid disuelto en la neblina, bajo la nieve o a la luz de esos cielos tan suyos, tensos de azules congelados; ya consolándome con adivinar a una muchacha que pasaba las horas y las horas tras los cristales de un balcón de la casa de enfrente, se presentó la primavera, acelerando en mayo mis preparativos para marchar, antes de la llegada del verano, a los pinares de San Rafael.
Días estivales de reposo, tumbado en una cómoda chaise-longue, leyendo, escribiendo o absorbidos los ojos por el tranquilo viajar de las nubes. Tan solo aquel silencio rumoroso era inquietado de tarde en tarde por el trajín de los ferrocarriles que iban hacia las playas veraniegas del norte.
Con la nostalgia del mar,
mi novia bebe cerveza
en el coche-restorán.
Solía leerle mis poemas a alguien mayor que yo, que con frecuencia reposaba a mi lado. Era un francés, estudiante en Madrid, pero que por hallarse tocado de un pulmón también buscaba el aire sano de la sierra.»
#EscritoresAndaluces #EscritoresEspañoles #Generación27 (Tomado 136) 1980, Barcelona: Bruguera, La arboleda de perdida, pág