Usted ha dicho que me ama
pero quien está convicto de alucinaciones,
quien no conoce milagros
naturalmente se equivoca si ve una mujer
casi de negro.
Tenga cuidado
con estas donde soy:
una que atiza el tiempo,
moribunda;
otra que no naufraga sino entre volcanes
y redomas;
y la que no puede con el óxido;
en fin, que bailo a veces cuando truena.
Tengo mi escaramuza, usted su suerte.
Embrújese conmigo, Tauro.
Aunque no quiera
he sucedido en un instante en que pasaba.
Confúndame, si puede, con el vino.
¿De qué esplendor me huye?
¿No le parezco lo bastante mala?
¿Es que tengo el perfume de la muerte?
Me amenazaba usted con las estrellas
pero a pesar de todo tuve frío.
No sé, lo juro,
vivo;
perdóneme si peco de asesina,
si me adelanto,
fluyo, parloteo,
estoy en vilo,
cobrándole palabras, entreactos.
Mire esa aguja, finísima,
conque le coso el miedo,
¿de tanto calentar su corazón?
No me parece.
No he tenido la culpa
y si le di un pañuelo fue porque usted lloraba.
Ahora, punto. Termino. No le quiero.
Me he aburrido del naipe.
Déjeme en paz que me borré en noviembre.
¿No va a venir usted mañana?
Ya nunca. Adiós. ¿Adiós? Ya nunca. Adiós.
Cómase usted su vida.
Voy a escuchar a Silvio.