A pesar de la lucha cotidiana
conservo en mí una paz que me ennoblece,
y a pesar de que el mundo me entristece
vuelvo a confiar en él cada mañana.
No me deprime la injusticia humana,
no me mancha el dolor, que me ensombrece,
lo mismo que la noche no ennegrece
con su paso el cristal de la ventana.
Y aunque la incomprensión me desespere,
disimulo la herida a quien me hiere,
y tengo la bondad de sonreír.
Y así, por el Amor en que he creído,
sufriendo, –¡como todos!– he cumplido
con el alto heroísmo de vivir.