Carolina Coronado
Leve y plácida sonrisa
de la fresca primavera;
tú que naces con su brisa
de las flores la primera;
 
Y te engalanas llevando
el color del firmamento,
y esquivas el cuello blando
a las caricias del viento;
 
Allá oculta, de las peñas
en las salvajes gargantas,
el rico vergel desdeñas,
donde brillan otras plantas.
 
¿Será que te falte hechizo
para competir con ellas?
¿Que el Dios de los campos hizo
las otras flores más bellas?
 
Mas no; que es tu talle airoso,
y por ninguna belleza
trocara el matiz precioso
tu perfumada cabeza:
 
Y tu corona azulada
es, lirio, más trasparente
que la linfa sosegada
del arroyuelo naciente.
 
¿Cómo pie tan delicado
fuera de jardines crece,
y entre malezas criado
de las rocas se guarece?
 
¿Cómo, lirio, tu semilla
nunca brota en la pradera?
¿Cómo tu gala no brilla
de las fuentes en la orilla,
y en la florida ribera?
 
¿Qué te vale ese prendido
de celeste brillantez,
si ignorado y escondido,
en los desiertos perdido
ha de hallarte la vejez?
 
¿Qué te vale ser hermoso
si en ocultarlo te empeñas,
y las horas más risueñas
has de pasar sigiloso
entre las ásperas breñas?
 
Ven, lirio, ven a brotar
a las márgenes del lago:
abandona ese lugar
que sólo debe habitar
el odioso jaramago.
 
¡¡Que la vaga mariposa
en morada tan agreste,
tu dulce copa celeste
no ha de besar cariñosa!!
 
Ni la abeja en tu capullo
las ambrosías que mana,
libará ansiosa y galana
con festejador murmullo.—
 
Que si por bello te acoge,
por salvaje te desdeña
queda allá solo en tu peña,
y que el viento te deshoje.—

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