Carolina Coronado

En un álbum de una dama de Lisboa. El terremoto de lisboa

Las torres han temblado sacudidas,
las casas se han movido en sus cimientos,
las piedras y columnas desprendidas
hieren los inseguros pavimentos.
 
¡Mirad!... Mirad los templos derrumbarse
en masas enormísimas despresos
que abajo con estruendo al desplomarse
estallan de mil víctimas los huesos...
 
Allá baja el anciano desplomado
de su morada envuelto entre el escombro,
allí el joven sostiene ensangrentado
el quebrantado cráneo sobre el hombro.
 
Allá prensada expira la doncella
bajo ruina, aquí piedra furiosa
la tierna boca del infante estrella
contra el seno materno en que reposa.
 
Allá generaciones desparecen
por horroroso incendio devastadas,
las negras llamas con el pasto crecen
de las hirvientes carnes abrasadas...
 
Ruinas, incendio, súplicas, gemidos
alzan un hondo prolongado trueno,
¡ruinas, incendios, llantos, alaridos
la tierra absorbe en su rasgado seno!
 
Cuando el estruendo horrible haya cesado,
cuando la luna venga tristemente
a visitar al pueblo sepultado,
veréis alzarse entre el escombro hirviente
 
Mil sombras que gimiendo errantes giran...
¡Oh... no huyáis... no tembléis!... no son los muertos,
son huérfanos, son madres que suspiran
en torno a los sepulcros entreabiertos.

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