Amanecer que siempre estás llegando
y llegando te quedas impasible,
fijado por el tiempo que terrible
oculta ya tus bestias murmurando.
Saberte tan lejano como el sueño
hiere como la flecha que lanzada
vuela, fugaz, ansiosa en la soñada
urdimbre del tapiz del entresueño.
Y sin embargo nos quedamos viendo
los altos pinos donde la penumbra
niega la breve luz, la que no alumbra
siquiera ya las cosas que van siendo.
Todo está suspendido y muy distante
en la tela, en el tiempo, en el instante.