IV
Antes de todo, gloria a ti, Leda!
tu dulce vientre cubrió de seda
el Dios. Miel y oro sobre la brisa!
Sonaban alternativamente
flauta y cristales, Pan y la fuente.
Tierra era canto, Cielo sonrisa!
Ante el celeste, supremo acto,
dioses y bestias hicieron pacto.
Se dió a la alondra la luz del día,
se dió a los buhos sabiduría
y melodía al ruiseñor.
A los leones fué la victoria,
para las águilas toda la gloria,
y a las palomas todo el amor.
Pero vosotros sois los divinos
príncipes. Vagos como las naves,
inmaculados como los linos,
maravillosos como las aves.
En vuestros picos tenéis las prendas,
que manifiestan corales puros.
Con vuestros pechos abrís las sendas
que arriba indican los Dioscuros.
Las dignidades de vuestros actos,
eternizadas en lo infinito,
hacen que sean ritmos exactos,
voces de ensueño, luces de mito.
De orgullo olímpico sois el resumen,
Oh, blancas urnas de la armonía!
Ebúrneas joyas que anima un numen
con su celeste melancolía.
Melancolía de haber amado,
junto a la fuente de la arboleda,
el luminoso cuello estirado
entre los blancos muslos de Leda!