Compróse un hombre en el estanco un puro
tan apagado, tan malo y detestable,
y, por decirlo así, tan infumable
como pudiera serlo un palo duro.
Debió arrojarlo, pero en grave apuro
viérase allí cualquiera... ¡Miserable,
al triste fumador nunca fue dable
comprar otro mejor sobre seguro!
¡Y quería fumar...! Y veces ciento
el fósforo encendió para que ardiese,
y las quijadas fatigó chupando...
Suele ser la existencia algún momento
horra, apagona como el puro ese;
mas, ¿qué remedio? Hay que chupar, y ¡andando...!