José Martí
Esplendía su rostro; por los hombros
Rubias quedejas le colgaban; era
Una caricia su sonrisa: era
Ciego de nacimiento: parecía
Que veía: tras los párpados callados
Como un lago tranquilo, el alma exenta
Del horror que en el mundo ven los ojos,
Sus apacibles aguas deslizaba:
Tras los párpados blancos se veían
Aves de plata, estrellas voladoras,
En unas grutas pálidas los besos
Risueños disputándose la entrada,
Y en el dorso de cisnes navegando
Del ciego fiel los pensamientos puros
 
Como una rama en flor, al sosegado
Río silvestre que hacia el mar camina,
Una afable mujer se asomó al ciego:
Tmbló, encendiose, se cubrió de rosas,
Y las pálidas manos del amante
Besó cien veces, y llenó con ellas:
En la misma guirnalda entrelazados
Pasan los dos la generosa vida:
Tan grandes son las flores que a su sombra
Suelen dormir la prolongada siesta.
 
Cual quien enfrena a un potro que husmeando
Campo y batalla, en el portal sujeto
Mira, como quien muerde, al amo duro
Así, rebelde a veces, tras sus ojos
El pobre ciego el alma sujetaba.
—Oh, si vieras! –los necios le decían
Que no han visto en sus almas– oh si vieras
Cuando sobre los trigos requemados,
Su ejército de rayos el Sol lanza,
Cómo chispean, cómo relucen, cómo,
Asta al aire, el hinchado campamento
Los cascos mueve y el plumón lustrosos!
Si vieras cómo el mar, roto y negruzco
Vuelca al infeliz, y encumbra al fuerte;
Si vieses, infeliz, cómo la Tierra
Cuando la Luna llena la ilumina,
Desposada parece que en los aires
Buscando va, con planta perezosa,
La casa florecida de su amado!
—Ha de ser, ha de ser como quien toca
La cabeza de un niño!
 
—Calla, ciego.
Es como asir en una flor la vida.
 
De súbito vió el ciego.—Esta que esplende,
Dijéronle, es la Luna. Mira, mira
Qué mar de luz! Abismos, ruinas, cuevas,
Todo por ella casto y blando luce
Como de noche el pecho de las tórtolas!
—¿Nada más?—dijo el ciego, y retornando
A su amada celosa los ya abiertos
Ojos, besóle la temblante mano
Humildemente, y díjole:—No es nueva,
Para el que sabe amar, la luz de luna.
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