Piedad Bonnett

Regreso

Uno a uno han llegado los hermanos
atendiendo al llamado desnudo de la muerte.
Regresan
de sus altas ciudades invernales
con sus abrigos fúnebres y sus pequeños odios, sus rencores,
y un miedo antiguo
golpeando sus pechos como una dura aldaba.
Mientras la madre muere lentamente, reconocen los cuartos, saquean la cocina,
hablan de tiempo,
hablan de patria,
y cuando alza su vuelo el moscardón azul de algún recuerdo,
en la sala en penumbra,
como un grupo de extraños que en un vagón del tren mira el paisaje, ensimismados, callan.
Ahora está llorando quedamente
la madre sostenida por su cielo de almohadas:
alguien ha de haber muerto —razona—y se lo ocultan.
Si no, ¿cómo se explica que hayan venido todos,
al mismo tiempo todos,
y se vean tan tristes, sus muchachos?
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