Al escuchar tu voz nocturna, padre,
—tu voz de amante navegando en sus mares de zozobra—
yo descendí del más hondo silencio
y me hice llanto.
Una llama violeta le dio vida a mi médula,
y mi nada de viento se posó como un pájaro
en las pupilas rubias de mi madre.
A tu llamado
(que era roto tremor, ciego buceo,
roja batalla enfebrecida)
yo descendí vertiginoso y lúgubre
como un hombre con sed que bebe un agua amarga.
Traje del frío sideral
la luz fosforescente que hace brillar mis huesos.
Y del oscuro magma brotó una flor quemante:
mi corazón, donde ya había miedo.
Quise ser sordo
seguir siendo gota
del furioso torrente donde no habita el tiempo.
Pero tu voz subía,
como una lluvia inversa tu voz subía a buscarme
hasta mi oscuro centro aún sin nombre,
hasta el umbral de sombra donde era luz mi madre.