La niña más bonita del sistema Solar.
Érase una niña de un raro planeta
que a la tierra cayó quizá por accidente;
y tras caer se encontró con un poeta,
que al mirarla, se enamoró locamente.
El poeta era tan triste como tan bella
era la niña del planeta desconocido,
y ella era puro destello de estrella;
y él tenía los ojos del que ha sufrido.
Herido corrió a refugiarse en los senos
de la niña que lo recibió con alegría;
y no habría porqué negarlo fueron buenos
los días que éste pasó con su compañía.
Bálsamo para sus heridas fueron sus besos;
encontró el vigor entre su piel nacarada;
la vida ahora florecía sus codesos,
y sus rosas dejabanle la faz perfumada.
Un fértil oasis del que bebió felicidad
fue el cuerpo de aquella niña tan bonita;
sin embargo, lo atacó también la ansiedad
de saber que el amor, como flor, se marchita.
Así la ansiedad que es hija de la duda,
que es a su vez hermana de la desconfianza,
fue marchitando aquella suave flor desnuda
que es el amor cuando ésta no le alcanza.
Hasta que cierto fúnebre día, la ingrata,
sola, se marchó sin decir a dónde ni cuándo;
sólo dicen que la vieron por el escarlata
del atardecer subir triste y sollozando.
Y subió hasta que en lo inmenso del cielo
se perdió para siempre el irrecuperable
sonido de su voz, el aroma de su pelo;
dejando al poeta un dolor innombrable.
Desde entonces al poeta se le ha visto
mirando el cielo buscando poder encontrar
en las nubes o en algún rayo imprevisto,
a la niña más bonita del sistema Solar...
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