Había un albañil enjalbegado.
Un torrente de luna transparente.
Ladrillo tras ladrillo, lentamente,
el edificio izó su ramo alzado.
El albañil pensó pondré el tejado,
cuatro ventanas y una luz enfrente.
La plaza se llenó de turbia gente,
el radiante albañil fue masacrado.
Las ventanas quemaban como soles.
El ramo se escurría por el suelo.
Los ladrillos temblaban y plañían.
Es una vieja historia de españoles,
conquistadores de un vacío cielo,
mientras los campos áridos ardían.