Como la Luna y el Sol,
almas gemelas,
cruzando miradas,
se sintió la conexión,
las pláticas fluían con el viento,
y las horas se desvanecían,
como arena en el desierto.
Eclipsados quedaron,
tan enamorados,
estar con ella era todo lo que el quería.
Todo con ellos era intenso,
protagonistas del universo,
mientras que en la tierra,
un caos se gestaba.
El día no encontraba su fin,
pues el sol, a su lado siempre estaba.
Pasaban los días,
el sol al lado de la luna,
las noches,
como suspiros,
poco duraban.
Y aunque la luna brillaba,
en su pecho,
una parte de ella
la oscuridad extrañaba.
Fue entonces que entendieron,
que en su intensa cercanía,
su propia esencia perdían,
como si la luz del sol robara a la luna su propio resplandor.
Decidieron entonces alejarse,
no por falta de amor,
sino para que cada uno pudiera encontrar su lugar.
Y así como el sol y la luna,
aprendieron a compartir el cielo,
en un ciclo eterno,
dando espacio a la noche y al día,
bailando en armonía,
donde cada uno, a su tiempo,
brillan.