Y apareciste
con la extraña incongruencia
de las apariciones
de la Maga
pero no estábamos
en ningún puente parisino
rodeado de gris smog.
Apareciste
en aquella alameda
al borde del ancho río,
en medio del camino,
circundada
por el reflejo de los árboles
nimbada
de la luz fresca y verdosa
de los juncos.
Apareciste
en brazos de
un limpio
cieno
Bautizada
por el quehacer gozoso
del Sol
en las aguas rebeldes
y en los rápidos remolinos.
Apareciste
con una sonrisa serena,
una mano desenvuelta
en uno de los bolsillos
traseros del jean azul,
un pañuelo de colores vivos
en el cuello
y una chaqueta citadina.
Nada más que
una serena sonrisa
y una mirada abierta
que colocaste
certeramente
en mí.