Él era mi padre
y caminaba siempre unos pasos
delante de todas las mujeres.
Yo era su hijo
y lo reconocía siempre
por su soledad.
Después cuando crecí
y podía correr para alcanzarlo
él tuvo un amigo.
Me miraba largamente a los ojos
y yo nunca podía sostener su mirada.
Aún hubo un después
él me contaba historias
y mientras me contaba
perdía la mirada.
Era un país lejano
el que había en sus ojos
y yo no estaba.
Con tiempo
con palabras
me acostumbré al vacío.