¡Ay!, estas noches de febril desvelo
siento sobre mi frente de tu mano
las frías yemas,
y sobre el corazón me esparce el hielo
de la que viene el sueño, que es su hermano;
pero no temas,
no he de temblar, Teresa, ante el Destino,
ni cerraré mis ojos a los ojos
de nuestra madre;
no he de volver la cara en el camino,
donde las flores se han vuelto ya abrojos,
y aunque taladre
ese hielo agorero mis entrañas,
iré sin vacilar a nuestras bodas,
iré a tu lado,
y aun cuando hubiese que trepar montañas
de dolor y sufrir las penas todas
del condenado.
Condenado a vivir en el tormento
de no vivir contigo ni morirme;
mas ya me espera
la última noche; sopla ya su viento
sobre mi último lecho, y al dormirme
no espero espera.
Espero despertarme entre tus brazos
hechos tierra mollar, fresca y oscura,
hechos reposo;
espero atarme con eternos lazos
a la esperanza sin afanes, ¡pura,
de Dios al poso.
No ai Dios que pasa, sino al Dios de queda,
no al Dios que vela, sino al Dios que duerme*
tierra su almohada;
cuando al fin del afán librarme pueda,
bajaré junto a ti indefenso, inerme...
la vida es nada...