Tú no puedes morir aunque me muera
tu eres, Teresa, mi parte inmortal,
tú eres mi vida que viviendo espera,
la estrella de mi flor breve y fatal.
«Y esa fui yo?—dirás—pues no sabía
que hubiese tantos méritos en mí...»
Es que viviste en mí, Teresa mía,
y entraste en tierra sin saber de ti.
Mientras me hacías te hice yo; mirabas
a mis miradas llenas de pasión,
sin. saber qué buscabas, te buscabas
y así entraste en la edad del corazón.
Aprendistes a ’eer en las pupilas
de mis ojos sedientos de tu amor
y en las tardes doradas y tranquilas
del otoño supiste del dolor.
Supiste del dolor de conocerte
las ansias de mi pecho al conocer,
supiste que la vida acaba en muerte
cuando en ti me sentiste renacer.
Mirándome a los ojos tu inocencia
de niña adormecida se anegó;
con la mujer naciste a la conciencia,
tu espíritu en el mío despertó.
Hecha mujer por mí quedaste presa
de la razón eterna del vivir,
y al hacer que no mueras, mi Teresa,
aunque me muera yo no he de morir.