Me muero de un mal cursi, Becquer mío?
se me agota el pulmón,
y me cuna la muerte tu ángel cursi
con su acordeón.
Aquel acordeón que a mi Teresa
sostuvo el corazón;
aquel acordeón de aire, marino
y de pura emoción.
De una emoción tan cursi y tan pasada
de moda—¡y con razón!—
que mezcló nuestras lágrimas inútiles.
¡perdón, por Dios, perdón!
Y es que ella no sentía la pianola
mecánica, ni al son
del disco del fonógrafo podía
adormir su pasión.
¿Oyes, Teresa, en estas noches claras
angélico acordeón
mientras los sapos van de caza y cantan;
clinclón, clinclón, clinclón?...