Los años me pesan, mi andar se hace lento,
las sombras del tiempo me empiezan a hablar,
mi cuerpo es un libro de arrugas y viento,
un eco marchito que ansía olvidar.
Mis manos, antaño labriegas y firmes,
hoy tiemblan de frío, de sombra y dolor,
mis sueños se tornan en luces febriles,
recuerdos que arden sin fuego ni ardor.
Mis ojos contemplan la aurora lejana,
mas siento su brillo distante de mí,
y el alma cansada, cual flor ya marchita,
susurra al silencio que quiere partir.
Más sigo en la senda, aún queda un suspiro,
un último verso, un grito final,
pues mientras mi pulso resuene en el viento,
seré de la vida su eterno caudal.