Michael De Victoria

SOLEDADES

A HANA KIMURA

Lo cotidiano viste hoy su marca de cosa incompleta,
como esa cola de lluvia que no llega a mojarnos
o este polvo de pie que no termina de enterrarte,
y aunque nos faltas... no acabas por irte.
 
Tiento ese pedacito que, por más que se busca,
se ha perdido para siempre
(en la nostalgia...
en tus abriles empañados de tardes);
porque el pasado no recuerda ya
qué trocito, pequeño o importante,
hoy nos duele hasta en su ausencia.
 
Hana, todos se duelen tu muerte;
Pero yo... me muero tu dolor.
 
Cuántas veces, precipitado en un abismo indefinido,
busqué entre las concavidades mal semejante.
Cuántas veces en la primera esquina
o al pasar la página al efímero plano humano
no pude hallar tu dolor más puro
que fuera al menos consuelo en esta hora incompleta.
 
Hoy, que nos golpea el tiempo con su memoria incesante
y que resientes como Agua Dormida entre atmósferas de frío,
¡el dolor terreno que arde sobre la carne y que, lamento fortuito,
llora rostros silenciosos e impotentes...
No puede doler como tú!
 
Como golpes mordidos entre la herida,
como lágrimas de frío contenidas y desbordadas
en la discreta soledad del silencio
o con un Dios que no sabe dolerse de otros.
 
Mujer,
Aún espero, como ayer,
con cada mano sobre cada cuerda,
desde el acero, desde afuera...
Hoy también miras... desde dentro:
ya sin el recuerdo de alguien que esperó
entre madre, hermanas y amigas
de una infancia efímera y lejana.
 
Hoy, que no llega mi fe a devolverte la justicia
y tantos niegan la palabra fratricida.
Hoy, que huye esa pequeña y anónima muerte
y recae sobre cada infancia ahogada,
asentimos a cuenta nuestra fragilidad humana:
el brillo de la vida asemeja ilusión fortuita,
el sueño alumbra evocación del tiempo,
el amor reduce a simple corazón fingido,
y el dolor se hace nuestra única certeza.
 
MUJER,
cuando oras... cuando lloras...
qué manos nos cubren los ojos
y qué mentira se nos pinta en la cara,
en qué hora despertó la mañana
y qué miedo anega tus lágrimas.
 
Hana, hoy todos se duelen tu muerte
pero yo... me muero tu dolor.
 
Porque el dolor no es más una sucesión de golpes,
sino un golpe exponencial de dolor sobre dolor.
Porque el pasado no es ya certeza de algo,
porque el futuro nos recuerda tu inmediata ausencia.
 
Y esta tarde envejecida, por no dolerse, envejece conmigo.
Y a esta hora que me salen cada infancia ahogada
te escribo estas palabras que son de principio a fin:
Adiós... mujer.

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