Michael De Victoria

HOGAR

-Vamos a rejuvenecer los rostros encanecidos de los álbumes familiares.
–Vamos a recoger las semillas de los huertos terrenales.

I
Hoy volví a visitar tus cartas.
Cada palabra, mil veces repetida,
te dibujaba entre mi memoria
en aquellos juegos que sabíamos jugar.
Por eso quise correr hacia atrás la vida
y regresar a los años gentiles del tiempo.
 
Si vieras, acaso con una sonrisa indulgente,
me tomarías seguro de las mejillas fuerte, fuerte...
–Tontito, todavía te peinas en las fotografías del ayer.
–Vamos, hermanito, a correrle las ventanas a las mustias luces de estos atardeceres.
–Vamos a rejuvenecer los rostros encanecidos de los álbumes familiares.
–Vamos a recoger las semillas de los huertos terrenales.
Cómo extrañé la melodía sencilla de tu voz,
los suaves pliegues de tu mirada en la mía.
–¡Mira el campo que florece hasta la última flor!
–¡Mira los pájaros que anidan hasta la última rama!
–¡Mira el viento que se deshace de la última hoja!
–¡Mira la lluvia que se desangra hasta la última gota!
Y las palabras en que vivías se desprendieron de mi pecho
hasta apagarse en los dormidos ecos de tu casa mortal.
 
Y este sueño construido en la arena se fue haciendo la realidad y la realidad... mi vida.
¡Oh, hermano! ¡Querido hermano que escondiste en la belleza la vida!
Si vieras sobre la mesa, acaso adivinarías, entre las manos envejecidas o los ojos cansados, al distante hombre de tus juegos...
Pero, como un murmullo que va creciendo en acasiones, tu mano me arrastró a jugar contigo en los años de la encontrada inocencia.
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