Vomitando.Flores

01-01-2019

“Este año va a ser peor que el anterior”
dijo mi mamá minutos después
de la media noche.
Yo estuve un poco de acuerdo en silencio.
Después de todo, a diferencia de otros años,
en vez de bien vestida y acicalada,
tenía puesta la remera gigante
con la que duermo,
un short desteñido,
el pelo atado en un burdo amasijo
y pantuflas con los colores de Racing.
Todas mis buenas intenciones
se desvanecieron
remixadas con sentimientos de
impotencia y enojo,
no hice nada de lo que realmente quería,
y a fin de cuentas
el primer sol de enero me encontró
caminando sola infinitas cuadras.
Sola como siempre les dije a todos
que mejor me siento.
Prestando especial atención
a cada auto que pasaba,
envuelta en la sensación de que alguno
frenaría y me arrancaría de este mundo.
 
Me fui a dormir y desperté en 2019
(o al menos eso dice
el calendario de mi celular).
Mi sentido de percepción está confundido.
Nunca me gustó viajar porque
disocio a niveles inimaginables;
es como si mi cerebro no pudiera concebir
como real el cambio de espacio que supone
moverse de un lugar a otro.
Es así que viajé de diciembre a enero
y ahora no entiendo dónde estoy.
Todo a mi alrededor es tan frágil
que siento que tan sólo un roce
puede quebrarlo,
las memorias se me proyectan
con los ojos abiertos
y se mezclan con el presente.
Hay pocos sentimientos que resultan tan
desesperantes
como sentirse arrancada de la realidad.
Es literalmente vivir sin piso,
flotando,
completamente a la deriva.
Así que así arranco este círculo
interminable y pesado de 12 meses
una vez más,
totalmente disociada,
preguntándome
por qué hice todo lo que hice
y por qué no hice todo lo que no hice.
Todo adentro mío es contradicción,
y la gente después diciéndome
que soy buena persona.
Ni siquiera sé si soy persona.
 
No sé dónde estoy,
sólo sé que se llama enero.

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