Mercedes de Velilla

Carta triste

Querida amiga del alma:
Tu carta llegó a mis manos
esta tarde, y el momento
de contestar no retardo,
agradeciendo el cariño
que me muestras en tus párrafos;
y tomo la torpe pluma
y el papel, de luto orlado,
que cual generoso amigo,
a quien no se acude en vano,
para mis negras ideas
me ofrece su fondo blanco.
 
De mi silencio al quejarte
justas tus razones hallo;
pero el dolor que me embarga
es tan hondo y pesa tanto,
que no siempre halla camino
para subir a mis labios.
Me pierdo en la pena mía
como en el mar pobre náufrago;
y en el aislamiento lloro,
recuerdo, medito y callo;
y hay voces en mi silencio,
y caricias en mi llanto,
que entienden y que recogen
las almas con que yo hablo.
 
De la dulce madre mía
pronuncio el nombre adorado,
y en su recuerdo me abismo,
y en mi delirio la llamo,
cuando no han de responderme
yertos y mudos sus labios;
cuando sus ojos dormidos
con sueño profundo y largo,
no verán las soledades
que a mi pecho dan espanto.
 
¡Ay, mi madre idolatrada,
ay del hogar solitario!
¡Ay del alma que va sola
por la tierra vegetando,
triste huérfana de amores
que llora su desamparo;
que están mis amores muertos
y vivo para llorarlos;
y sueño con otra vida,
con un amor, ignorado
que la muerte no me robe,
ni acabe el olvido ingrato;
sueño en un hogar tranquilo,
del mundo odioso alejado,
donde todas las heridas
cura inagotable bálsamo,
bálsamo de paz y olvido;
que ese hogar tan deseado
es el último que ofrece
al cuerpo reposo grato:
es un humilde sepulcro,
al de mi madre cercano,
que la luna a un tiempo mismo
baña con destello pálido,
y en las tormentas de invierno
alumbra un mismo relámpago.
 
Perdona, amiga del alma,
si llego a afligir tu ánimo;
mas ¡qué puede dar el triste,
sino de sus penas algo!
 
Si porque callo te quejas,
y te quejas porque hablo,
culpa sólo a mi destino,
que, riguroso y tirano,
cerrando al alma horizontes,
sepulcros abrió a mi paso,
y al robarme de mi madre
el amor inmenso y santo,
de mi postrera alegría
apagó el último rayo.
 
Por eso cada palabra
es una queja en mis labios;
por eso mis pensamientos
corren, en olas de llanto,
hacia las playas ignotas
que al dolor brindan descanso.
Sin duda, para el dichoso
será mi lenguaje extraño;
pero tú también del mundo
recogiste fruto amargo,
y del dolor el idioma
las desgracias te enseñaron.
 
Por eso el lóbrego abismo
de mi corazón te abro;
que con quien no ha de entenderme
penas y palabras guardo;
y adiós te digo, cual siempre
digo ¡adiós! a lo que amo;
que de tristes despedidas
mis desdichas se formaron.
 
¡Adiós! dije a mi esperanza,
a mis sueños, a mis lauros,
y adiós ¡el adiós supremo!
a mis muertos adorados.
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