Contemplando a las niñas en la cuna
el ángel de la guarda así decía:
¡Cuán bellas son! su mísera fortuna
a la región del llanto las envía!
Unidas duermen, cándidos jazmines,
tiernos pichones, en el blando nido;
hermosos querubines
sonando con la gloria que han perdido.
La maldad, las pasiones, los placeres
del mundo mentiroso,
¿qué no harán contra débiles mujeres
para turbar su dicha y su reposo?
Acaso la miseria las azote
al borde de espantoso precipicio
acaso saquen la virtud a flote,
rindiendo el corazón al sacrificio.
¡Ah! ¿qué nube pasó por vuestro lado
y os arrojó a este suelo,
y en impura materia ha transformado
lo que era luz y espíritu en el cielo?,
Despertando al rumor de estas querellas,
las niñas sonreían
viendo al divino guarda junto a ellas,
y sus brazos de rosa le tendían.
Las besa el ángel en amor deshecho,
las envuelve en su blanca vestidura,
y, llevando a las dos contra su pecho,
torna gozoso a la celeste altura.
¡Padres, calmad vuestro dolor profundo!
¡Dichosa la inocencia
que sin saber que pasa por el mundo
vuelve a gozar del ángel la existencia!