Mercedes de Velilla

Carta a un amigo

No sé qué pensará mi antiguo amigo
al ver que en tanto tiempo, atrás dejado,
con mi largo silencio el suyo obligo.
Perezas del espíritu cansado,
envuelto en los afanes del presente,
perdido en los recuerdos del pasado;
contemplación eterna de mi mente,
ansia de soledad muda y completa,
somnolencia del alma indiferente:
he aquí lo que me oculta y me sujeta
a no escribir de mi noticia alguna
al buen amigo y al genial poeta.
¿Qué pensará de mí, si es que importuna
a algún humano ser recuerdo mío
o interés de mi vida y mi fortuna?
¿Pensará que gozosa me confío
del mundo a los placeres y al encanto,
y en dulces glorias, sin cesar, me engrío,
o pensará, pues mi silencio es tanto,
que losa sepulcral mis labios cierra
en oculto rincón del campo santo?
No, amigo; que aún estoy sobre la tierra,
vegetando, es verdad, con vida obscura,
que en reducido círculo me encierra;
y alguna vez, con eco de dulzura,
de la antigua amistad recuerdo grato
mi muerta vida reanimar procura.
Quizás mi afecto, sin querer, fue ingrato...
Que mucho, al fin, que ingratitud aprenda,
¡si a tanto precio conocí su trato!
Ella, surgiendo en mi dichosa senda,
del alma holló la fe y el sentimiento.
¡Horrible y desigual fue la contienda!
Que mientras tuvo el corazón aliento,
luchó con la traición y la falsía;
mas la hoja seca, si la arrastra el viento,
¿podrá más que la fuerza que la guía
y en raudo, polvoriento remolino,
al hondo abismo sin piedad la envía?
Así en sus iras, me arrastró el destino;
de ajena voluntad fuerza implacable
me arrojó, ciega, en árido camino.
Y vencido en la lucha formidable
mi cariño infeliz, sin esperanza,
desolado quedó, pero inmutable.
¡Triste cariño que por premio alcanza
la risa del desdén, sarcasmo fiero,
y el negro olvido que al dolor me lanza!
¡Cuánto se engaña el corazón sincero
que, a cambio de su amor, lograr espera
otro amor inefable y verdadero:
que es la mujer, en su infeliz carrera,
flor delicada para amar nacida,
tronchada pronto en la borrasca fiera!
Mi juventud, por la desgracia herida,
huyó fugaz, sin galardón ni gloria,
dejando un cuerpo con inútil vida;
dejando un alma con tenaz memoria,
que en las páginas rotas del pasado
reanuda siempre de su amor la historia.
¡Demencia del cariño desdichado
que de mi pecho en la prisión sombría
sueña, muriendo, con el bien no hallado!
No, no pude olvidar: la pasión mía
hollada pudo ser, mas ni un momento
del ser que la impulsó renegaría;
y en el loco pensar, que es mi tormento,
quisiera que él la hallase en su presencia
cual sombra de su propio pensamiento,
como el aire vital de su existencia,
cual árbitro fatal de su destino,
cual eco acusador de su conciencia...
Y en cambio, ya lo sé, ya lo imagino,
no hará mi imagen, resignada y triste,
la más pequeña sombra en su camino.
...Perdona, amigo, si en mi labio viste
la queja del dolor que me asesina;
pues amistad sincera me ofreciste
y a ella, en su soledad, mi alma se inclina,
como a la luz que brilla en el santuario
el viajero perdido se encamina.
Yo llegaré hasta el fin de mi calvario
con mi pesada cruz, cruz del olvido,
que el corazón arrastra solitario.
Del cariño más fiel el premio ha sido,
y aunque agobio mi ser, miraba en ella
lo que restaba de mi amor perdido:
dulce recuerdo que mi vida sella;
que aunque tan breve fue mi amada gloria,
me consuela el pensar que existió ella.
Si acaso quieres escribir la historia
de amor tan infeliz y tan constante,
serás el guardador de su memoria,
y el trovador amigo que la cante.
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