Marina Córdoba

Néctar

Balanceándome suavemente sobre el desdén de la mirada
buscándolo en la ausencia tan poco aparente,
allí mismo me encontraba:
besándole los límites y dejándole cicatrices capaces de sanarse a sí mismas con el primer sol de la mañana
 
dos figuras desdibujadas en un espejo quebrado,
en la puerta, una imagen derruida de San Cayetano:
aquí no hay ni paz, ni pan
ni trabajo
 
ahogándonos sin pensarlo entre alientos irregulares y vertiginosos,
cursilería sofocada, encerrada en el armario.
Bienvenida insensibilidad, entra por la puerta, vanidosa, desfilando:
nos regocijamos con distraernos de la mierda que nos rodea por lo menos por un rato.
 
Rostros, manos, besos:
el anonimato puro que destila el deseo
se filtra, en forma de gotas, de desidia,
entre cuerpos ajenos a los nuestros.
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