Marina Córdoba

Límite

Tengo un cronómetro que resuena dentro de mi cabeza y cuando me siento me pesa.
Balanceo la cabeza entre mis muslos y mis piernas abiertas boqueando
Un pez recién emergido a la superficie, muriente
En el instante de la revelación de su existencia.
En un silencio de palabras mudas: la llanura me ata las manos a la garganta,
Y palabras nulas, insertas como flechas indias detrás de mi espalda.
La fuerza de la inercia sosteniéndome con la punta de sus uñas filosas,
Clavándose en mis sienes sangrantes – rozándome la piel, sus cuchillas lustrosas.
 
Tengo un cronómetro que resuena en la cavidad espaciosa de mi caja toráxica,
En el fondo de mi espalda, en el límite entre mi pecho y mis vértebras raspadas.
Tengo un cronómetro que resuena en el fondo de mi estómago y una flor abriéndose en el aire viciado donde los nervios contraen las entrañas.
Tengo un cronómetro que resuena detrás de mi nuca –un hilo que pende premonitorio de la posibilidad de la muerte de lo indecible.
 
Tengo un cronómetro en el silencio de mi tráquea donde se amontonan los miembros arrancados de mi cuerpo pétreo, tengo
Una bola de pelo rubio atascada en medio del pecho, tengo
Que escupir el bocado agridulce de tu presencia sobre el mantel de plástico floreado, tengo
Un conglomerado desconocido de insectos muertos pudriéndose en la profundidad de mis dos pulmones negros, tengo
Un cuarto blanco para la imaginación y una bomba de eternidad suspendida en el tiempo.
 
Tengo un gris que late como un monstruo suicida agazapado en el interior de mis costillas y una delgada mano a la que le tiembla el pulso mientras traza la cursiva desprolija.
Tengo un cronómetro debajo del agua – los ecos de los segundos me llegan permeados de una elipsis que deforma, una luz furtiva
Tengo un dolor sofocado en tierras negras, cubierto por una capa de barro tan fina como el viento que me desgarra, sacrificándome en la superficie.
 
Tengo un cronómetro que resuena en el interior de mi boca – que se dice adiós a sí mismo, tengo
Un cronómetro que resuena amenaza en lo estático de la planicie – el hedor húmedo sobrevolando la alameda,
Extendiéndose en el silencio entre multitudes inmortales de piedra.
Tengo un par de delgadas manos sangrantes ahogándome con el racimo de crisantemos que entre mis labios posaste:
La oscuridad sutil circunda mi blanco cuerpo por los costados delimitados e intransitables.

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