Marina Córdoba

Deseo anónimo

Al Mago

Hemos perdido la mente en aquel paisaje de ausencia. Yo aún ansío volver a encontrarme tras la tragedia, lo anhelo y cuánto.
 
Este ardor en mi pecho, en mí, rebasa lo banal
Transgrede límites infranqueables—barricadas de fuego,
Esfinges del desierto que penetran al alma, luego al cuerpo;
Clavando, despiadadamente, su ojo único punzante en mi entrecejo.
 
El agua estancada en las alcantarillas que habito me cubre, tórrida, hasta los tobillos
Las rodillas el ombligo las caderas la cintura y los dedos,
Tus lágrimas enternecedoras serán disueltas en inocente  sangre plagada de hielo.
 
Besas mi garganta—aún la miel me es tan amarga.
Ante el ardor vivaz del fuego en tus mesetas de tristeza
Mi impaciencia reposa, muerta, sobre la mesa
Mientras poesía atormentada sobre mis tierras yerra.
 
Tu semblante y sutileza, fatal enemigo que
Te es tan propio, reside allí mismo, dentro tuyo
Imprimiéndose sádicamente sobre tu cuerpo, tu carne y tu tacto:
En mi dominio, nada hay tan sincero como la herida misma.
 
La cicatriz, espejo vívido de angustia, sin pretextos refracta todo lo irreversible.
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