Sobraban caricias, no hacían falta palabras.
Resonaban súbitos los ecos del silencio en ese cuarto,
en ese que nos desnudamos tan sólo con mirarnos.
No bastaba con eso, con observarnos, con esperar que el otro hablara.
Rompí el silencio..
—¿que esperas de mi?
agachaste la cabeza y comprendí, entendí que estaba de más esa pregunta.
Sólo me tomaste de la mano, como invitándome a volar, a soñar.
Sentí celos de mi propia boca, así de loco,
ella podía llegar a vos más que mis palabras.
Hasta mi cuerpo podía expresar mejor que yo lo que quería hacerte saber.
¿Decirte “te quiero”? ¿Para qué? No iba a arriesgarme a obtener ese frío silencio de tu parte otra vez. No!
Y así, como quién sueña con cambiar el mundo alguna vez, con esa misma ironía, deje pasar el tiempo, esperando que me des razones para creer que me incluirías en tu futuro.
Un futuro que no es más que el hoy.
Y aquí estoy, amor mio, dejando a suerte nuestra historia de amor.
Conformándome con lo que te sobra, con las migajas que puedes darme.
Me has vuelto ciega, presa de mi propia razón,
condenada a padecerte me encuentro amor.
Rara, fría, distante, así me he vuelto.
Te diré que no duele, te diré que ya no sueño con vos.
Te diré “hasta siempre” el día que tenga el valor.