I
Sé buena. Es el secreto. Llora, o ríe de veras.
Que se asome a tus ojos y a tus labios de grana
la ternura de tu corazón, sin las hueras
flores de trapo de la retórica vana.
¡Oh la sabiduría en amor! ¡Si tú vieras!...
Es tan corta, que linda con la tortura insana
de una pasión conceptuosa y sus maneras...
Sé buena. Es el secreto. Sé mi amante y mi hermana.
Con tus ojos azules y tu pelo de oro,
sé consecuente. El Ars Amandi da al olvido.
Quema tu alma en el ara del amor soberano.
No pretendas vencer. Ríndete. Y que el tesoro
de tu hermosura sea dulcemente ofrecido,
como al sediento un sorbo de agua pura en la mano.
II
Y en una dulce convalecencia, una mañana
limpia y azul como tus ojos, una
de esas mañanas de cristal y grana
que aun dejan ver el pulido semblante de la luna,
pasearemos la gloria –dulce paz sin victoria–
de nuestro amor tranquilo, bajo del claro cielo...
Y dirá el agua pura nuestra sencilla historia.
Y nuestras sombras débiles, juntas llevará el suelo.
El campo verde joven, bañado por la brisa,
movido así tan tenue por tu alocada risa
feliz, recorreremos. Y tú conmigo, sola,
en el paisaje inmenso, en el aire fragante,
divinamente mudo, me tenderás, amante,
tus rojos labios como una roja amapola.