Del sol flamenco a las postreras llamas
entre escarlatas, oro y brocado;
—carmín y nácar—por el bello prado,
ricos galanes y esplendentes damas.
Ella escuchaba la frase violadora,
jugoso el labio, jadeante el pecho,
los ojos anegados... El implora,
el blando césped convertido en lecho.
Las ricas vestiduras opulentas
desordena la torpe mano ardiente,
en ansia de las formas suculentas.
Y en las cárdenas brasas del poniente
sus flechas, surge, a disparar sangrientas
un cupido rechoncho y sonriente.