Manuel José Arce leal

Sangre en el paraíso

Total, no pasa nada:
me desangro.
 
Sé que mi hemoglobina derramada
es como una escupida de borracho frente a la bomba atómica:
total: no pasa nada.
 
Y si yo estoy enfermo,
también se han muerto de hambre muchos miles
de cientos de millares
más otros.
 
Y si ahora batallo para adentro,
si peleo conmigo,
Nasser y Moische Dayan se gruñen hoscamente
y eso sí que es de miedo.
Si me dan ganas de patear mi sombra,
de asesinar mi espejo,
fusilar por la espalda mi saco y mi sillón privado,
en realidad no está pasando nada:
en Vietnam piensan ya en bombas atómicas,
los gringos tienen ganas de tirarlas,
y si las tiran se acabó la cosa
para toda la gente.
 
Total: no pasa nada:
me desangro.
Y sólo se desangra el ciudadano
A—1 19 90 03 de la leve ciudad de Guatemala,
en donde y cuando tantos se desangran,
se desangran de veras,
por heridas legítimas,
de bala,
de no comer,
de estar pobre y enfermo y trabajando.
 
Total: no pasa nada:
me desangro.
 
Dicen los médicos que el cuerpo tiene,
más o menos, la suma de seis litros de sangre,
que si uno pierde tres,
nada,
se muere.
Total:
no pasa nada:
de veinticuatro millones quinientos mil seiscientos
ochenta y cuatro
se han derramado apenas
tres litritos:
total: no pasa nada.
 
No pasa nada,
no,
no pasa nada.
Me estoy diciendo que no pasa nada.

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