¡Eh, Fernando!,
esta vez el viaje es bien distinto.
Este viaje es el más largo:
dura las mil noches de la eternidad.
El tren sube—¡qué bien
seguirle siendo fiel al Talgo!—
balanceándose brumosamente
sobre rieles invisibles
que atraviesan los aires de Vejer,
de Ubrique, de Arcos, de Medina,
dejando atrás, y abajo, ¿ves
las luces de El Puerto, de Tarifa?,
dejando atrás, y abajo,
Chiclana, Grazalema,
Cádiz (y, en Cádiz, la Caleta)...
Irás mirando por la ventanilla
el paisaje sideral
mientras tu último poema,
el mejor de todos
(el que nunca podemos acabar),
en esa noche que transitas
te irá brotando de los dedos
como un fax.
Ah, Fernando,
si ves a Juan Ramón le dices
que tú y yo siempre supimos
que la poesía es impura,
como lo demás.
20.XI.98